Teníamos una banda sonora para los veranos, en un CD que de tanto escucharlo terminó por rayarse. Un mapa de rutas para febrero, 320 gramos de jurel enlatado y una taza de arroz para acompañarlo.
Teníamos viernes de comida mexicana y a veces sábados de ron. Teníamos un cenicero donde las colillas vivían hacinadas su muerte y dos camas nuevas para amarnos. Teníamos videos recurrentes para reír, para llorar, para recordarnos y para sentirnos compañeros y una película cargada de boleros para hacerla nuestra.
Teníamos un caleidoscopio, más suyo que mío, que era como la palabra guinda o como la palabra otoño. Teníamos muchas fotos y muchos libros que trajimos en mochilas. Olíamos a pizza, a cigarro, a café con medialunas y a hostel en la ropa y en el cuello y entre los dedos y los labios.
No teníamos reloj ni usábamos agenda, tampoco salíamos en auto ni viajábamos en avión. No teníamos regalos de aniversario ni tiempo para estar juntos.
Él tenía una melódica para asustar a su perrita y un repertorio de mentiras tontas e innecesarias que nunca me tragué y que nunca se lo dije porque me divertían. Tenía él también otro repertorio de verdades que venían después del segundo café o el segundo vaso de cerveza. Él tenía un puño izquierdo y unos ojos que lanzaban rebeldía.
Yo tenía ganas de aprender, tenía un vestido y un amor y a veces una indiferencia que mataba. Tenía pataletas y silencios y dolores de útero que desesperaban y que llegaban en momentos inoportunos, pero también lápices de colores para dibujarle un arcoiris y unas palabras rojas, por si necesitaba descansar y otras palabras negras, por si necesitaba levantarse.
Yo ahora tengo una bolsa de mate y una cajetilla de cigarros. Tengo buenas notas y buenos amigos. Tengo rutas para evitar otras rutas, canciones para evitar otras canciones, olores para evitar otros olores. Tengo un amigo, El Muerte, que me espera todos los días afuera de mi casa. Tengo el vestido, pero no tengo el amor. Tengo un rencor, una rabia, un nunca más, una vuelta de espalda, una vuelta de página y tengo una pena, una súplica, un sabor dulce, un llamado, una mesa servida; que cuando se juntan se arma la guerra o se arma el desvelo. Tengo una esperanza y por sobre todo, una desesperanza.